miércoles, 13 de febrero de 2013

Tres explicaciones al Instagram de Madonna


De Madonna nos queda muy poco por ver, o al menos esa es la sensación general entre quienes hayan visto Sex, el libro que publicó hace 21 años en el que posaba como si la hubieran pillado realizando una serie de actos sexuales que, daba la impresión en aquella época, avergonzarían a Hugh Hefner. Pero en estos tiempos lo que importa no es el contenido sino la forma, y esta vez lo que ha provocado un cierto revuelo es ver a la Madonna de siempre pero esta vez en Instagram.
El hecho de que la artista se haya prestado a convivir entre las fotos de comida y de pies postrados frente a paisajes idílicos propias de toda cuenta de usuario medio de la red social debería ser noticia por sí solo: es notoria la falta de interés de la cantante por las redes sociales -en un alarde de altivez o de estrategia, según se mire- sin las que hoy no podría concebirse la carrera de una estrella del pop media. Esto se notó especialmente el año pasado, cuando decidió promocionar su último disco, MDNA, exclusivamente a través de social media; una campaña basada en el precepto de que su presencia en redes sociales era una excepción, un espejismo en el día a día de sus seguidores en Facebook (de Twitter ni hablamos), habitualmente acostumbrados a una cuenta quirúrgicamente comercial.
Pero el hecho en sí es lo de menos: lo que importa del decenso de Louise Veronica Ciccone a la red social de moda es que los tres autorretratos ha subido desde el domingo hayan hecho pleno en despropósito. Empezó con una imagen de sí misma mirando a una cámara que tenía colocada en la frente, en un ángulo que, se puede decir con autoridad científica, no favorece a ningún ser humano tenga los rasgos que tenga. Para rematar el dislate, bebe de un vaso de martini en con una expresió que la web Gawker ha descrito "severa y hambrienta de almas, como el señor Burns con peluca rubia y flequillo". El pie de foto anunciaba, con la sutileza de un trombón: "Saludos, hijos de puta, ¡estoy en Instagram!".
De ahí, la cosa se fue yendo paulatinamente de madre. Las siguientes dos imágenes -dos ejercicios en feísmo que, de ser publicados por cualquier otra madre de 54 años, obligarían a su hijo a refugiarse en lo más profundo de la selva camboyana a adorar al coronel Kurtz- mostraron el busto sudoroso de la Ciccone tras lo que, se desprende, es una sesión de gimnasio; y a la propia cantante en lo que parece ser el asiento de atrás de un coche, con gafas de sol y un interminable bigote estilo chino. El pie de foto remataba el chiste: "Estoy pensando en afeitarme el bigote". Más tarde publicó una cuarta imagen, más sensata, de la artista Frida Kahlo.
Si bien Internet es un sitio en el que nunca se ha logrado consenso sobre absolutamente nada, lo de explicarse el Instagram de Madonna ha estado a punto de hacerle perder los papeles (todo lo que la renuncia del papa haya permitido): el revuelo empezó el lunes y todavía no tiene pinta de cesar en blogs, medios y redes sociales, cargados de interpretaciones y opiniones sobre los tres autorretratos como si el mero de hablar de ellos les cargara de sentido. Todas estas tesis podrían resumirse en tres:
1) No tiene la más remota idea de lo que está haciendo. No es de sentido común creer que una de las artistas que más en serio se toma su imagen pública ande cometiendo patinazos a la ligera en la red social de moda pero la teoría de Madonna, cincuentona y desconectada, tropezando estrepitosamente en pleno lifting virtual es una de las más populares hasta la fecha, quizá porque uno de nuestros hobbies más socorridos como raza es destruir a nuestros propios ídolos. Esta lectura apunta a que la Ambición Rubia (cariñosamente apodada Ambición Canosa por este periódico cuando cumplió 50 años) ha malinterpretado catastróficamente el concepto de guay que intentaba transmitir con unas fotos estéticamente injustificables publicadas en una red social que ya no está tan de moda y que, de todas formas, es demasiado desenfadada para alguien de su edad.
2) Es todo una estrategia promocional. Si las vidas de los personajes públicos se escriben con la titna de su imagen, Madonna bien podría la Mark Twain del género. Las fotos de archivo que venía publicando su cuenta hasta ahora no le habían logrado ningún titular y unas fotos genéricas de famosa-en-Instagram glamourizando los detalles de su inaccesible vida le hubieran dado, como máximo, para un par de menciones. Unas inefables tomas de su busto inquietantemente parecido a un montaje de museo sobre el sistema circulatorio, su martini y su bigote falso, sin embargo, la han convertido en un tema candente durante tres días. Si una de ellas, la del busto sudoroso, tiene un pie de foto como "Addicted to sweat!!!" ("Adicta al sudor"), el nombre de una tabla de ejercicios que se realiza en Hard Candy, la cadena de gimnasios de su propiedad, aún mejor. Nótese que esta foto es la única que ha aparecido también en el Facebook oficial de la artista.
3) Es su enésimo intento de convencer a los mortales de que es uno de los nuestros. Históricamente, Madonna ha operado bajo leyes ocultas que el público solo puede aspirar a, si acaso, desentrañar a posteriori. Ella primero se cuelga de una cruz o se viste de animadora pasada la cincuentena y ya si eso público le sigue después. Es lo que le ha mantenido, de forma inaudita, como icono cultural una década tras otra. No sería nada descabellado que solo estuviera lanzando un guiño a sus seguidores (diez millones en Facebook; 100.000 ahora en Instagram) con la red social más simple de todas, sin deseos de complicarse la vida ni ser interpretada como si en realidad fuera la líder de los Iluminati. Pero estamos tan acostumbrados a estar fuera de su logia, a ser solo espectadores de su impredecible desarrollo, a ser sorprendidos por ella que a nosotros, en tanto que plebe, nos toca desconfiar. FUENTE

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