Controversia, teatralidad, sexo y religión. Un coctel servido en unos conos de Jean Paul Gaultier que hace 20 años forjó la corona de Madonna como Reina del Pop en una gira que revolucionó el mundo: el Blond Ambition Tour.
La "ambición rubia" aterrizaba en Estados Unidos el 4 de mayo de 1990 en Houston (Texas) tras un paso por Japón y dispuesta a azotar a las audiencias: la epifanía de una nueva Madonna, todavía más provocadora y extravagante, estaba por llegar.
Culminar Like a Virgin con un orgasmo al grito de "God!" (Dios) que daba pie a la redención en una catedral con Like a Prayer, o imponer a unos musculados obreros al poder de un corsé y de unos conos rosas cantando Express Yourself, eran algunas de las provocaciones lanzadas con alevosía por la artista.
Pero su mayor transgresión era la de alzarse como la mayor estrella de la música con una voz en vivo por momentos ruborizante. Detrás del golpe de efecto, nadie pudo negarle una pericia técnica espectacular. Debajo de su piel de diva, Madonna era una trabajadora nata.
Esas eran y son las verdaderas claves de su éxito y la música, un mero hilo argumental para la construcción de su ícono. Pero el Blond Ambition Tour coincidió con uno de sus momentos musicalmente más fértiles y la sociedad de final de siglo todavía mantenía la suficiente inocencia como para sucumbir a la controversia.
"Mi show no es un concierto convencional, sino una representación teatral de mi música. Y, como el teatro crea preguntas, provoca pensamientos y lleva al público a un viaje emocional que retrata el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el goce y el dolor, la redención y la salvación", explicó ella.
El espectáculo en sí era impecable: con dirección artística de su hermano Christopher Ciccone, la cantante repasaba sus éxitos a la vez que mostraba su forma física casi sobrehumana en intensos números de baile e innumerables cambios de vestuario.
Y todavía le quedaba tiempo para romper tabúes como masturbación, homosexualidad, anticoncepción y embarazo. Todo ello con un elemento en común: el vestuario de Jean Paul Gaultier, quien reconoció haber necesitado un frasco de aspirinas para engalanar a la que desde entonces sería una de sus musas de referencia.
Cuando acabó la gira, Madonna confesó que sentía, con razón, un gran vacío. Aún dentro de su incombustible olfato para permanecer en lo más alto, la hazaña sería difícil de repetir. efe
En: Últimas Noticias, MÁS CHEVERE pág. 4
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